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Una máscara de Carnaval en Grado del Pico

   15/02/2021

Durante años, la búsqueda de máscaras antiguas segovianas resultó infructuosa. Sin embargo, acaba de aparecer una en Grado del Pico.



La antigüedad del Carnaval en tierras segovianas está fuera de duda. Como ejemplo, las escenas talladas por los canteros en las iglesias románicas de Sotosalbos, Pecharromán (Valtiendas) o Fuentidueña. O las Ordenanzas de Cuéllar del año 1499, donde ya aparece citado.
Dicho esto, conviene también apuntar que durante el tiempo de Carnaval, que a grandes rasgos coincide con el denominado ‘ciclo festivo de invierno’, se desarrollaban tradicionalmente muy diversos ritos (carreras de gallos, corridas de vaquillas simuladas, manteo de peleles…), hoy ya desaparecidos o en evidente declive.
Dado que en Carnaval se admitía socialmente una teatral aunque no real inversión de roles, los disfraces se adueñaban esos días de las calles. Como no podía ser de otra forma, las máscaras debieron ser pieza fundamental de esos disfraces. Pero, por desgracia, en la provincia apenas se tiene noticia de máscaras antiguas, y si todavía existen están guardadas en arcones de madera, esperando a recobrar su protagonismo. Ojalá pronto salgan a la luz.
Durante años, nuestra búsqueda de máscaras antiguas segovianas resultó infructuosa. Sin embargo, cuando menos lo esperábamos la suerte nos sonrió, apareciendo recientemente una en los confines de la provincia, en concreto en Grado del Pico, perteneciente al Ayuntamiento de Ayllón.
Quien primero nos habló de la relevancia del Carnaval de Grado del Pico fue Julio Liceras, en el invierno de 2019-2020. Fue precisamente él quien nos descubrió que, hasta tiempos no demasiado lejanos, la fiesta estaba protagonizada por unos personajes muy singulares: los mamarrachos y las denominadas ‘vaquillas’ de Carnaval. Aquella breve información despertó nuestro interés, sobre todo por los mamarrachos, pues aunque dicha palabra significa, según la primera acepción del diccionario de la Real Academia Española, “persona estrafalaria o ridícula”, y por tanto podría aplicarse a la inmensa mayoría de cuantos se disfrazan en estas fechas, no es menos cierto que estos mamarrachos del Grado del Pico guardan una gran similitud sonora (y posiblemente de fondo) con los principales actores de otros famosos carnavales de la provincia de Ávila, como los cucurrumachos de Navalalosa, los harramachos de Navalacruz o los machurreros de Pedro Bernardo.
En verano de 2020, cuando la epidemia de coronavirus dio un leve respiro, llegaría la sorpresa. En una visita a Grado del Pico, una de sus vecinas, María Jesús Robledo, insistió en enseñarnos su espectacular casa, un auténtico museo, donde a lo largo de años de trabajo ha ido coleccionando y restaurando los más variados utensilios tradicionales de su pueblo. Con suma amabilidad, ella fue explicando algunos de los más destacados objetos. En un determinado momento mostró una vieja estructura de ‘vaquilla’, añadiendo a continuación, de forma espontánea, que también poseía una máscara de Carnaval, sin conceder especial importancia a la pieza. “¿Cómo?, ¿una máscara de Carnaval aquí?”, preguntamos al instante. Debimos de poner cara de asombro, pues la anfitriona no solo lo afirmó de nuevo, sino que a renglón seguido fue en su busca. Y en un santiamén colocó ante nuestras narices la máscara de Carnaval que durante años habíamos perseguido. Y sí, ahí estaba, por fin…
La máscara de Grado del Pico es bastante sencilla, pero ello no menoscaba su valor cultural. Se trata, grosso modo, de una tela blanca en forma de triángulo isósceles, y en cuyo vértice superior lleva cosido un pequeño alargamiento del mismo material. El tejido cuenta con cuatro agujeros, para los ojos, la nariz y la boca. Llegado el momento de ponerse la máscara, la base del triángulo se coloca, horizontalmente, a la altura de la garganta de quien se va a disfrazar, e inmediatamente después, se adhiere el resto de la tela a su cara. El mencionado pequeño alargamiento de la tela, que acaba en un dobladillo, se estira para permitir ajustar la máscara al rostro. Por último, se procede al anudamiento de la tela a la cara, gracias a cuatro cintas; las dos primeras –las más próximas a la base del triángulo isósceles- se atan en la nuca del disfrazado; las otras dos se juntan más arriba, aprovechando el hueco del dobladillo antedicho.
Queda por indicar que en la parte delantera de la máscara, coincidiendo con las mejillas y barbilla del disfrazado, se colocan largas matas de pelo de caballo, que son precisamente las que otorgan al antifaz su imagen característica. También se colocan dos matas de pelo a modo de cejas y de bigote.
Entusiasmados con la pieza, nos dispusimos a indagar sobre el antiguo Carnaval de Grado del Pico, procediendo a entrevistar a José María Sanz, de 65 años. “El Carnaval de aquí era, en tiempos pasados, una muy fiesta importante, pero luego desapareció por completo, hará poco más de 40 años”, comienza diciendo Sanz. La emigración acabó con el Carnaval. “No quedaba gente para celebrarlo”, añade. Él se marchó a la ciudad siendo un veinteañero. Y como él hicieron otros muchos. En poco tiempo, Grado del Pico sufrió una enorme sangría poblacional…
Pero de aquellos tiempos de juventud le quedan a Sanz muchos recuerdos. “El Martes de Carnaval –afirma- salían por las calles las vaquillas y los mamarrachos”. De cada vaquilla se encargaban dos mozos, “de los de mayor edad”. Ambos mozos iban vestidos igual, con albarcas, polainas, pantalón o calzoncillo largo de color blanco, faja negra o roja y camisa blanca. Los dos escondían su rostro con una careta, de la que colgaban “crines y rabos de yeguas”. “Era casi imposible reconocer quiénes eran”, prosigue Sanz. Mientras uno de los mozos se encargaba de portar la vaquilla, el otro iba a su lado, con una vara larga, dando golpes a quien podía, especialmente a los mamarrachos.
En cuanto a los mamarrachos, se trataba de un grupo bastante heterogéneo, donde tenían cabida los mozos y mozas más jóvenes del pueblo, sin que existiera un disfraz identificativo del colectivo. “Cada uno se disfrazaba con lo que podía, con la ropa vieja que tenía en su casa”. Los mamarrachos paseaban por las calles un Perico Pajas, y acababan su recorrido en la plaza mayor de Grado del Pico, donde coincidían con las vaquillas, que pretendían robar el monigote, sin conseguirlo. Y así, entre divertidas carreras de vaquillas y mamarrachos, se pasaba la tarde del Martes de Carnaval, con música amenizando la escena.
Según Sanz, un cuadro similar se repetía el sábado siguiente. Y otro tanto ocurría el Domingo de Piñata, si bien en este último caso el desenlace era diferente, pues las vaquillas se hacían con el Perico Pajas, dando fin a su figura. Pero el jolgorio no acababa ahí. El vecindario se reunía por la tarde en la casa consistorial, llevando cada familia su merienda. Eso sí, el vino corría a cargo del Ayuntamiento. Vaquillas y mamarrachos se presentaban allí, perpetrando un amplio abanico de bromas, muchas de ellas tendentes a birlar las viandas a sus legítimos propietarios.
Como colofón a la fiesta, vaquillas y mamarrachos realizaban, cada grupo por su cuenta, otro recorrido por el pueblo, pidiendo aguinaldo. Con lo conseguido, organizaban días después una merienda.
Una vez escuchado el relato íntegro de Sanz sobre el Carnaval de Grado del Pico se llega a la conclusión de que la máscara propiedad de Robledo fue utilizada, décadas atrás, por algún joven que ejerció el papel de ‘vaquilla’. Colegir que dicha pieza es el prototipo de máscara de Carnaval de Grado del Pico resulta todavía arriesgado, aunque los primeros indicios apuntan en esa dirección, toda vez que nuestros informantes aseguran que los dos integrantes de cada ‘vaquilla’ llevaban igual indumentaria.
Celebraciones de Carnaval relativamente similares a la de Grado del Pico existieron antaño en numerosos pueblos de la vecina provincia de Guadalajara, y en otros de Segovia. En Guadalajara han sido estudiados por el etnógrafo José Ramón López de los Mozos los vaquillones de Robledillo de Hohernado, y también los vaquillones y zorramangos de Villares de Jadraque.
En Segovia también hubo innumerables ‘vaquillas’ de Carnaval. Nosotros hemos recogido testimonio de su celebración en pueblos serranos, como Navafría, Matabuena, Casla, Santo Tomé del Puerto o Torre Val de San Pedro, y en otros muchos, como Sepúlveda, Fuenterrebollo o Bernuy de Porreros. En nuestra provincia, la principal causa del declive de estas manifestaciones carnavalescas rurales, aunque no la única, fue la emigración. La marcha de los jóvenes a la ciudad hurtó a las fiestas sus principales protagonistas, hasta el punto de empujar a su desaparición.
En los últimos años han surgido en otros puntos de España algunas iniciativas tendentes a revitalizar este Carnaval rural. Especial interés tiene, desde nuestro punto de vista, ‘Mascarávila’, un proyecto surgido en Pedro Bernardo en 2013 basado en una idea de la asociación ‘Siempreviva’. Tal entidad apostó primero por recuperar la mascarada local, los machurreros, para después intentar agrupar a las representaciones similares de la provincia de Ávila. Se pretendía, por una parte dar visibilidad a estas tradiciones y, por otra, convertir dichas manifestaciones culturales en un atractivo turístico. A fecha de hoy, se han integrado en Mascarávila un total de siete municipios, entre los que están Pedro Bernardo –con sus machurreros-, Navalosa –con sus famosos cucurrumachos-, Navalacruz –con sus harramachos-, Casavieja –con sus zamarraches-, y El Fresno –con sus toras-.
Quizá en Segovia haya llegado ya también el momento de poner en valor el Carnaval rural. Arcones, posiblemente el pueblo que mejor haya conservado la esencia de estas fiestas, lleva ya unos años haciéndolo, y no estaría de más la creación de un colectivo provincial, similar a ‘Mascarávila’, para llevar a cabo esa necesaria labor.
(*) El Adelantado de Segovia